Con la escritura termina la Prehistoria y comienza la Protohistoria, que en la península Ibérica abarca desde el inicio del primer milenio a. C. hasta la romanización. Los contactos de fenicios y griegos con la población local modificaron sus rasgos culturales, hasta desembocar en un nuevo sistema cultural en la segunda mitad del siglo VI a. C. con el surgimiento de la cultura ibérica.
Se desarrolla entre los siglos VI y I a. C. en la fachada oriental de la península Ibérica.
Se caracteriza por la adopción de la escritura, la moneda, el torno alfarero y el uso de la metalurgia del hierro.
Las más antiguas evidencias de la cultura ibérica en el territorio de Villena se remontan a finales del siglo V a. C. Se localizan en el Peñón del Rey, un yacimiento singular, quizás dedicado a fuegos rituales y de purificación. Frente a otros núcleos más pequeños situados en el llano, como la Tejera o el Zaricejo, el poblado mejor conocido es el Puntal de Salinas. Se trata de un pequeño oppidum, o poblado fortificado, situado en un lugar elevado y estratégico, que organizaría la explotación del entorno y la defensa de las poblaciones campesinas aledañas.
El poblado era la residencia del grupo aristocrático que detentaría el control político de la economía y el comercio de productos como el vino y el aceite.
El sustento económico de la cultura ibérica se basó en el cultivo de trigo, cebada, mijo, vid y olivo, y en la ganadería orientada a la cría de cabras, ovejas, bóvidos, cerdos y aves de corral.
La caza de conejos y ciervos, la pesca y la recolección complementaban la dieta, según reflejan las escenas pintadas en las cerámicas.
El comercio se desarrolló a partir de las vías de comunicación terrestres, como la Vía Heráclea –desde Cataluña a Cádiz- y marítimas, entre los principales puertos del Mediterráneo. Testimonian estos contactos la vajilla fina de barniz negro y figuras rojas procedente de los alfares de Atenas y la aparición de las primeras monedas.
La cultura ibérica se caracteriza por fabricar la cerámica a torno, con una decoración pintada de motivos geométricos entre los siglos V y III a. C.; y vegetales y figurativos con escenas, a partir del siglo II a. C.
La metalurgia alcanza un alto nivel, con la novedad del uso del hierro para armamento, arreos de caballo e instrumentos domésticos agrícolas. El bronce se utiliza para elaborar utensilios, jarras, braseros, hebillas y fíbulas; y el plomo para pesas, recipientes y láminas para escribir. En la actividad textil, vinculada sobre todo a la mujer, se empleaba lana, lino y esparto, según testimonian las pesas de telar y las fusayolas.
La escultura ibérica aparece a mediados del primer milenio a. C. como expresión del mundo ancestral, religioso y de jerarquización social. Un extraordinario ejemplo lo constituyen la cabeza de leona del Zaricejo y la Dama de Caudete, que deben relacionarse con ambientes funerarios de las élites ibéricas del siglo IV a. C. Las joyas, además de objetos de valor, son símbolos explícitos del estatus social. La imagen de la aristocracia femenina se completa con pendientes, como la Arracada de la Condomina, una pieza de orfebrería ibérica excepcional.
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